Para nuestra formación
La enseñanza de Jesús sobre la oración viene ciertamente del modo de orar que recibió de su familia, pero tiene su esencial y profundo origen en ser Hijo de Dios, en su relación única con Dios Padre.
La oración de Jesús toca todas las etapas de su ministerio y todas sus jornadas. Los cansancios no la paran. Más aún los Evangelios, nos muestran una costumbre de Jesús a pasar en oración parte de la noche. El Evangelista Marcos cuenta una de estas noches, después de la pesada jornada de la multiplicación de los panes y escribe: “Inmediatamente Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo fueran a esperar a Betsaida, en la otra orilla, mientras él despachaba a la gente. Jesús despidió, pues, a la gente, y luego se fue al cerro a orar. Al anochecer, la barca estaba en medio del lago y Jesús se había quedado solo en tierra”. (Lucas 6, 12-13). Cuando las decisiones son importantes y complicadas, su oración se hace más prolongada e intensa. En la ya cercana elección de los doce apóstoles, por ejemplo, Lucas subraya la duración nocturna de la oración de Jesús para prepararse a esta elección: “En aquellos días se fue a un cerro y pasó toda la noche en oración con Dios. Al llegar el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos a los que llamó apóstoles” (Lucas 6, 12-13).
Contemplando la oración de Jesús debe surgirnos una pregunta: ¿Cómo hago oración? ¿Cómo oramos? Se hace, hoy, una suficiente educación y formación a la oración? ¿Y quién puede ser maestro?
Justamente la experiencia ejemplar de Jesús muestra que su oración, animada en reconocer a Dios como Padre y la comunión del Espíritu, se hizo profunda en un constante y fiel ejercicio que llegó hasta el Huerto de los Olivos y la Cruz. Hoy los cristianos están llamados a ser testigos de oración, justamente porque nuestro mundo está continuamente cerrado al horizonte de Dios y a la esperanza que lleva el encuentro con Él. En la amistad profunda con Jesús y viviendo en Él y con Él la relación de hijos con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el Cielo de Dios. Más aún, recorriendo el camino de la oración, sin temor al qué dirán, podemos ayudar a otros a recorrerla: también para la oración cristiana es verdad que, caminando, se abren caminos.
Benedicto XVI
Audiencia del miércoles 30 de noviembre de 2011
Aula Pablo VI