Domingo 28 del Tiempo
Ordinario
Dios nos pide actos simples para alcanzar
grandes favores
Una muchachita de Israel, que estaba cautiva,
se convierte en el instrumento para mostrar el poder de Dios a Naaman, jefe de
los ejercitos del rey Aram. La pequeña, que servía en la casa de este
personaje, viendo que está con lepra lo enviará a Eliseo. Naaman al igual que
el rey piensan en oro y regalos para pagar el favor una vez que este guerrero
sea curado. ¡Pero se confunden! acuden al rey de Israel pidiendo que lo cure:
éste se ofende pensando que buscan la guerra. Sin embargo Eliseo lo manda venir
a su casa. Al encontrarse frente a la casa del profeta, para sorpresa del
Arameo el profeta sólo le manda decir a través de su siervo que se bañara siete
veces en el Río Jordán. Naamam, al ver lo aparentemente ridículo de la solución
a su mal, se molesta: ¡él esperaba algo espectacular! Los suyos lo convencen:
¡y recupera la salud! El pasaje nos muestra como Naaman piensa pagar el favor,
pero Eliseo, con su actitud, le enseñará que todos los favores que Dios nos da
son gratuitos.
El Salmo 97 nos habla del reconocimiento de las
maravillas que hace el Señor. Pero no sólo del pueblo de Israel. Este salmo
tiene un carácter de salvación no sólo al pueblo de Israel: ¡La salvación de
Dios es universal! La alabanza y el reconocimiento del Señor viene no sólo de
la humanidad sino de la creación entera.
La carta a Timoteo es una carta significativa
por lo que tiene de fondo: Pablo está preso, abandonado, presintiendo su
momento final. En su carta, lejos de desanimar a este obispo, se perciben los
deseos fortaleza y ánimo dirigidos a aquel está al frente de la comunidad. El
Apóstol trata de fortalecerlo en la fe, recordándole la actitud creyente de dos
personas significativas: Lois y Eunice, es decir, la abuela y la madre de
Timoteo. Lo anima recordándole la entrega de Cristo por él. Pablo trata de
revitalizarlo con el propio ejemplo de verse encadenado para que Timoteo, como
obispo de la comunidad cristiana, vaya adelante a pesar de las dificultades.
Pero sin duda la fuente de su inspiración debe ser Cristo que a pesar de la
muerte: resucitó. Nada pudo vencerle, nada pudo callar su Palabra, nada fue
capaz de frenar su obra a favor de los hombres: los cristianos son el
testimonio de que esa Palabra de salvación no podrá ser detenida jamás.
La lepra, en los tiempos de Jesús, era un mal
que no sólo marginaba a las personas de los suyos y la sociedad: sino que los
avergonzaba. El leproso debía declarar, a grito abierto que tenía lepra. Su
aspecto exterior también debía despertar rechazo pues iban despeinados y
desarrapados. Recordemos, además, que había la creencia que el enfermo era
impuro, es decir, un pecador. Llama la atención en este pasaje como los
enfermos gritan pidiendo a Jesús se compadezca de ellos. La compasión es el
sentimiento de amor de una madre o de un padre hacia sus hijos. Los leprosos
saben que Jesús puede hacer algo… El signo de Jesús será, como el de Eliseo en
la primera lectura: ¡Aparentemente absurdo! ¿Para qué los mandaba Jesús con el
sacerdote? El sacerdote tenía la función de declarar que el que se decía curado
de lepra ya no tenía el mal: y entonces la persona podría reintegrarse a la
comunidad. La fe de los diez consistía en ponerse en camino. Sorprendetemente:
¡Todos quedan limpios! Pero para desconcierto nuestro, sólo uno vuelve para
agradecer el favor: ¡Era samaritano! ese hombre, pertenecía a una región
despreciable para los judíos del tiempo de Jesús. No obstante, éste que era
doblemente marginado, por la enfermedad y por la tierra a la que pertenecía,
nos dará ejemplo de fe y gratitud a la acción de Dios en su vida.
P. Óscar Alejandro
Hernández Zavala, m. j.