Tercer Domingo de Pascua
Dios nos invita a no desanimarnos y a intentar
de nuevo
La comunidad cristiana que da testimonio del
Resucitado poco a poco va creciendo y se va fortaleciendo gracias al testimonio
de caridad, de solidaridad y de fe. Los apóstoles y los cristianos ya no quiere
vivir ocultos por el temor: ¡Ahora proclaman abiertamente al Señor! La Ley de
Moisés y sus representantes fueron importantes para ellos antes de conocer a
Jesús. ¿Por qué no siguió teniendo la misma importancia para los seguidores de
Jesucristo? Porque ellos descubrieron en ese hombre no sólo al Hijo de Dios
sino aquel que vino a implantar una
nueva ley: la del amor a la voluntad del Padre. Y esta voluntad está presente
en las Palabras y en lo mandatos que Jesús les comunicó durante su paso por
este mundo.
Vemos en el Salmo 30 que el Salmista ha sido
liberado de posiblemente de una enfermedad, pues se veía a las puertas de la
muerte. El creyente siente que sólo confiaba en sí mismo y no en el Señor. Al
verse curado, y librado del peligro de perder la vida, este hombre invita a
manifestar la gratitud a Dios y a caer en la cuenta que: lo malo es breve… ¡a
comparación de todo lo bueno que sucede a lo largo de nuestra vida!
En el libro del Apocalipsis tenemos al apóstol
Juan que se encuentra en una visión en la Isla de Patmos. Juan ya se ha
dirigido a las 7 iglesias de la Provincia de Asia para animarlas e invitarlas a
convertirse en aquello que necesitan cambiar. En una visión Juan contemplará a
un ser que es adorado en los cielos como Señor, como Dios y como único digno de
recibir la honra, el honor y el poder: es un Cordero con las marcas de haber
sido degollado. Sólo Él es el único capaz de abrir un rollo escrito por ambas
partes y que nos recuerda el pasaje de Ezequiel 2, 9 que nos habla de otro
rollo, también escrito por ambos lados, lleno de lamentos y dolores. En
Apocalipsis, al romperse cada uno de los siete sellos del rollo, comenzarán
señales grandes y terribles que marcaran el inicio de la liberación final de
los creyentes.
Hoy nos encontramos con una de las últimas
escenas del Evangelio de Juan: los discípulos que han tratado de pescar, toda
la noche, en el lago de Tiberiades. Jesús los invita a echar la red, una vez
más. Ellos lo hacen y logra una pesca abundante. De estos peces comerán no sólo
ellos sino Jesús mismo. Los seguidores de Jesús no sólo serán alimentados de lo
preparado por el Señor: el autor del libro del Apocalipsis nos muestra como
Jesús invita a Pedro, con su triple cuestionamiento a llevar adelante su misión
de cuidar y dar calma, a las ovejas a él confiadas.
P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.