Segundo
Domingo del Tiempo Ordinario
Elegidos para una misión
especial
En el capítulo 49 del libro de Isaías
encontramos uno de los cánticos del Siervo de Yahvéh. El Siervo es descrito por
el profeta como alguien que escucha, como uno que sufre, pero a la vez recibe
el auxilio divino. En esta ocasión el texto del profeta nos presenta a este
personaje como alguien del que el Señor se enorgullece, como alguien que el
Señor ha formado para dos tareas importantes: reunir a Israel que se encuentra
disperso entre las naciones y servir como luz para todos aquellos que no
pertenecen al pueblo de Israel.
El Salmo 39 trata una vez más, al igual que la
primera lectura, de la elección que Dios tiene hacia los suyos: esta vez se
trata del Salmista. Un creyente que esperaba la acción del Señor: ¡Y es testigo
de ella! Acción que no sólo la descubre para sí mismo: sino que en ella
descubrirá su vocación de ser testimonio de fidelidad a Dios y de estar llamado
a compartir la acción del Señor, en su propia vida, en medio de los creyentes.
La comunidad de Corinto no es una comunidad que
tenga el camino fácil para vivir su vocación cristiana. Muchos que formaban parte
de la comunidad cristiana habían dejado sus costumbres contrarias a los valores
inculcados por el Evangelio, sin embargo había una tentación muy grande: volver
a las antiguas costumbres. La carta de Pablo tiene como finalidad responder a
sus inquietudes. En su saludo el Apóstol desea para ellos dos regalos básico
para vivir su fe: la gracia y la paz. Gracia, para estar en sintonía con la
voluntad de Dios y paz, para poder distinguir eso que el Señor desea de cada
cristiano.
Hace una semana atrás celebrábamos el Bautismo
del Señor por medio del cual el Padre había manifestado a Jesús como su Hijo
muy amado. Hoy Juan lo presenta como: “Aquel que quita el pecado del mundo”. La
misión del Hijo es no sólo manifestarse como venido de lo Alto: Él ha venido
para bautizarnos con el don del Espíritu para ser llamados y vivirnos, en
verdad, como hijos del mismo Padre.