X DOMINGO ORDINARIO
La compasión de Jesús
Jesús
llega a Naím cuando en la pequeña aldea se esta viviendo un hecho muy triste.
Jesús viene acompañado de sus discípulos y de mucha gente. De la aldea sale un
cortejo fúnebre. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar
a su único hijo.
San Lucas
nos describe la situación trágica de aquella mujer. Es una viuda, sin esposo
que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por el hombre. La única
salvación de la viuda era su hijo, pero también éste acaba de morir. La mujer
no dice nada, solo llora su dolor.
El
encuentro de Jesús con aquella mujer ha sido algo inesperado. En aquella escena
hay dolor, hay sufrimiento. ¿Qué hará Jesús? La
vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Qué
imagen tan elocuente de Jesús, el profeta de la compasión de Dios.
No conoce
a la mujer, pero la mira detenidamente. Jesús se ha dado cuenta de su dolor y
la soledad que ahora siente. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta
dentro, y por eso su reacción es inmediata: no
llores. Jesús tiene claro que en ningún caso la actitud de
Dios es la de castigar o hacer sufrir a nadie, y menos a una pobre
viuda.
Jesús no
lo piensa dos veces y actúa. Se acerca al féretro, detiene el cortejo y dice al
muerto: “Joven, yo te lo mando, levántate”. Aquel joven se reincorpora, comienza a hablar y Jesús se lo entrega a su
madre. Una escena conmovedora. La madre de nuevo tiene a su hijo y ya no estará
sola. A ella regresa la felicidad, la alegría, la esperanza. Aquella mujer
vuelve a tener vida.
Todo
parece tan sencillo. En el relato no se insiste en el aspecto prodigioso de lo
que ha hecho Jesús. A lo que se invita es ver la revelación de Dios como
misterio de compasión y fuente de vida, capaz de salvar incluso de la muerte.
Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la
gente.
Como
cristianos no es necesario tener la capacidad de resucitar a un muerto para ser
testigos de la vida y llevar vida a todas partes. Es movernos por la compasión
que haga llevar alegría y optimismo a todas partes.
P. Álvaro
Frías, mj