LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Padre, Hijo y Espíritu Santo, un mismo proyecto
Han
pasado siglos y siglos haciéndose un esfuerzo por acercarse al misterio de Dios
y formulando las relaciones que
vinculan y diferencian a las tres personas divinas de la Trinidad.
Son esfuerzos muy validos, pero a final de cuentas Jesús es el único que nos
muestra cuál es el camino, quien desde su propia experiencia, invita a
relacionarnos de manera confiada con Dios Padre. Jesús se presenta a sí mismo para seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a
dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores
a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable. Así lo ha
vivido Jesús. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino
su bondad y compasión que no tiene limites. Nuestro
Padre nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie. Jesús ha insistido de una y muchas maneras que
Dios quiere que formemos parte de esa vida divina, que formemos parte del
“reino de Dios” como lo llamó Jesús.
Al mismo tiempo en que Jesús nos habla del Padre, invita a confiar también en él. Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo es y cómo nos quiere Dios.
Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseña a vivir en la unidad y la
confianza de estar junto a Dios. El gran anhelo de Jesús es que todos nos
veamos como hermanos, como una gran familia que se deja tocar y guiar por su
Padre.
Para llevar a cabo este anhelo de Jesús necesitamos
acoger el Espíritu. Jesús actúa siempre impulsado por el Espíritu de Dios. Este
Espíritu que nos envía Dios es el que nos comunica la vida y la unidad. Este
Espíritu representa el amor incondicional de Dios. El
Espíritu es el que impulsa, da fuerza y energía a cada uno de nosotros para ser
testigos fieles de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador
del Padre.
P. Álvaro Frías, mj