Para
nuestra formación
El encuentro diario con el Señor y la
frecuencia en los sacramentos puede abrir nuestras mentes y nuestros corazones
a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración no es sólo el respiro
del alma, sino que —para usar una imagen— también es un oasis de paz, en el que
podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma
nuestra existencia. Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir la montaña de la
santidad, para que nos acerquemos cada vez más a Él, ofreciéndonos a lo largo
del camino sus luces y consuelos. Ésta es la experiencia personal a la que se
refiere san Pablo, en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios.
Ante quienes cuestionaban la legitimidad
de su apostolado, él no enumera tanto las comunidades que había fundado, los
kilómetros que había recorrido; no se limita a recordar las dificultades y la
oposición que enfrentó con el fin de anunciar el Evangelio, sino que indica su
relación con el Señor, una relación tan intensa, que se caracteriza también por
momentos de éxtasis, de contemplación profunda (cf. 2 Corintios 12,1), por lo
que no presume de lo que hizo, de su fuerza, de sus actividades, de su éxitos,
sino de la acción que ha hecho Dios en él y a través de él.
San Pablo sigue diciendo que,
precisamente, para no sentirse más por la grandeza de las revelaciones
recibidas, lleva consigo una "espina"
(2 Cor 12, 7), un sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado, que lo
libere del ángel de Satanás. Tres veces —cuenta— oró fervientemente al Señor
para que le alejara esa prueba. Y "oyó
palabras inefables que el hombre es incapaz de repetir" (v. 4), recibe la
respuesta a su súplica. El Resucitado le dirige unas palabras claras y
tranquilizadoras: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la
debilidad" (v. 9).
El comentario de Pablo sobre estas
palabras puede dejar sorprendidos. Por eso, me complazco en mis debilidades, en
los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias
soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte
"(v. 9b-10).
En primer lugar, ¿de qué debilidades
habla el Apóstol? ¿Qué es esa espina en la carne? No lo sabemos y no lo dice,
pero su actitud nos hace comprender que todas las dificultades en el
seguimiento de Cristo y en el testimonio de su Evangelio, pueden ser superadas
si nos abrimos con confianza a la acción del Señor.
Esto vale también para nosotros. El Señor
no libera de los males, pero nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las
dificultades, en las persecuciones. La fe, por lo tanto, nos dice que, si
permanecemos en Dios "aunque nuestro
hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando
día a día, precisamente en las pruebas" (v. 16). El Apóstol comunica a
los cristianos de Corinto —y también a nosotros— que "nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria
eterna, que supera toda medida" (v. 17). En realidad, humanamente
hablando, no era un peso ligero el de las dificultades, era gravísimo. Sin
embargo, en comparación con el amor de Dios, con la grandeza de ser amados por
Dios, se vuelve ligero, sabiendo que la cantidad de la gloria será
inconmensurable.
Benedicto
XVI
Audiencia
13 de junio de 2012
Plaza
de San Pedro