XI DOMINGO
ORDINARIO
La semilla del Reino de Dios
Frente a las interpretaciones
oscuras y complejas con las que los maestros de la ley hablaban a sus oyentes,
las palabras de Jesús se imponen con una gran claridad. Frente a los discursos
elaborados y difíciles de entender, las enseñanzas de Jesús giran entorno a la
experiencia en la vida cotidiana de aquella gente que se acercaba a escuchar su
mensaje.
Antes que Jesús, los profetas
recurrían a un discurso sencillo y claro para hablar de Dios. El profeta Ezequiel
compara la acción de Dios con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas
con cedros que se caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de la
madera y por su singular belleza. El nuevo Israel será como un nuevo árbol
plantado en lo alto y perdurara por años como un cedro alto y frondoso.
San Pablo, de igual manera,
recurre a este lenguaje sencillo. Nos habla del cuerpo como un domicilio
provisional pero imprescindible, para luego alcanzar una residencia permanente
en un cuerpo resucitado.
La gran virtud de las parábolas
es la de superar los obstáculos del entendimiento. Jesús habla del Reino de
Dios recurriendo a algo que es parte de la vida y trabajo de sus oyentes. El
Reino de Dios es como la fuerza interna de una semilla, que opera sin que el
campesino se percate. Si la semilla encuentra las condiciones favorables, crecerá.
Por una parte está la labor
del campesino que le toca preparar el terreno, dar los cuidados necesarios para
que la semilla germine y se fortalezca, y posteriormente a su debido tiempo
coseche los frutos. Por otra parte está la admiración en cómo la semilla de
mostaza, que es la mas pequeña de las semillas, llega a convertirse en el mas
grande de los arbustos que hasta los pájaros pueden anidar bajo su sombra. Lo
mismo ha de suceder con la semilla de la cual ha de brotar el Reino de Dios.
P.
Álvaro Frías Turrubiartes, MJ