14 Domingo del Tiempo Ordinario
La fuerza de Dios en las palabras
de los “débiles”
Hoy
el profeta Ezequiel después de haber tenido una visión espectacular de la
presencia de Dios y haber escuchado sus alabanzas: recibirá de Dios una misión.
La tarea que debe llevar a cabo no será para nada grata, por el contrario se
trata de enfrentar a sus compatriotas que sufren el exilio. Recordarles la
dureza de corazón que ellos han tenido para con el Señor. Sin embargo el mensaje
del profeta no busca echar en cara, recriminar, humillar aún más al pueblo que
ha vivido una experiencia como es el exilio. Recordemos que el Espíritu es el
que invade a Ezequiel y será ese mismo Espíritu divino quien indicará a los
suyos el gran amor que el Todopoderoso tiene por su pueblo, a pesar de la
dureza de sus corazones.
En
el Salmo 122 encontramos un elemento que continuamente se presenta a lo largo
del salmo: los ojos. Esos ojos que permiten la mirada atenta del siervo hacia
su señor o a su señora. Este mirar fijamente al amo era un símbolo de que se estaba
atento a lo que se necesitaba el dueño. De la misma forma el creyente eleva su
mirada al cielo a la espera de que el Señor manifieste una señal que sea signo
de que librará a su pueblo de la humillación que sufre.
En
la segunda lectura de la Segunda Carta de San Pablo a los fieles de Corinto
escuchamos que el Apóstol habla de las revelaciones que ha tenido. Y nos
preguntamos: ¿A Pablo le gusta presumir? ¿Cuál es la razón de que el Apóstol
hable de esto? La comunidad de Corinto un tiempo estuvo molesta con el Pablo
por no haber vuelto, como había prometido. Mientras esto pasaba llegaron
algunos que intentaron dividir la comunidad y presumir de sus logros… por esta
razón el Apóstol hablará también de sus logros. ¡No por presumir! Les hace ver
que también el sufrimiento y la debilidad lo acompañan. No es fuerte por sí
mismo: es Cristo que a través de su gracia lo sostiene.
En
el Evangelio, Marcos nos presenta a Jesús en la sinagoga de su ciudad, un día
sábado. Nos llena de asombro, al escuchar esta lectura, que sus paisanos, al oírlo
hablar: lo desprecian. De allí que hoy escuchemos comentarios que hagan de
menos las palabras que los sorprenden y la sabiduría que los desconcierta. Los
comentarios van más allá y se convierten en actitudes de envidia: Jesús no
puede ser grande pues ellos “saben” quien es Él y “conocen” a sus padres, a su familia. Marcos,
unos capítulos antes nos ha hablado de curaciones: a los endemoniados de
Gerasa, a la mujer que padecía flujo de sangre y a la hija de Jairo. La actitud
de falta de fe de los nazarenos, es decir, de su propia gente, hará que sólo
sane a unos pocos enfermos. El desprecio de ese Jesús, al que ellos creían
conocer, impedirán que se realice un gesto potente de parte del hijo del
Carpintero.
P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.