Domingo
23 del tiempo ordinario
Curar la sordera
La escena que nos muestra san Lucas este
domingo es conocida. Le presentan a Jesús un hombre muy especial; ni oye ni
habla. Vive encerrado en sí mismo sin comunicarse con nadie. No se entera de
que Jesús está pasando cerca de él y por eso son otros quienes lo acercan al
Profeta.
La actuación de Jesús también es especial. No
impone las manos sobre él como se lo han pedido, sino que lo toma y lo lleva
aparte a un lugar retirado de la gente. Jesús quiere que el enfermo sienta su
contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una
sordera tan tenaz.
Después de tocar los oídos y la lengua, Jesús
acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo suspira y grita una
sola palabra al enfermo “¡Effetá!”, es decir “¡Ábrete!”. Es la única palabra que
pronuncia Jesús en todo el relato. Pero la palabra no está dirigida a los oídos
del sordo, sino a su corazón.
Sin duda, san Marcos quiere que esta palabra de
Jesús resuene con fuerza en cada uno de los hombres y mujeres que escucharán
este relato, porque seguramente conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra
de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a
nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y no
saben qué comunicar. Estamos ante el “pecado”
de la sordera, porque no nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús.
Cuando abramos nuestros oídos podremos encontrar a Jesús en cada uno de
nuestros hermanos que necesitan de nuestra presencia, especialmente los pobres,
a quienes Dios eligió para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino.
Hay que saber escuchar esas palabras que Dios
dirige a cada uno de nosotros: “¡Ánimo!
No teman. Su Dios viene ya para salvarlos”. Ante esas palabras se acaban
nuestras enfermedades y temores.
P. Álvaro
Frías Turrubiartes, m. j.