Domingo 24 del Tiempo Ordinario
La verdadera clave para descubrir
a Dios
Una
de las verdades que continuamente nos comparte la Sagrada Escritura es que Dios
nos ama. Isaías resalta profundamente, en su libro, esta idea. Si el pueblo no
siente la presencia de aquel que lo ama es porque ese mismo pueblo ha decidido
apartarse, los suyos han decidido esconderse. No obstante la actitud del
pueblo, el siervo se presenta a sí mismo como aquel que escucha la voz amorosa
del Señor. La escucha de su Palabra despierta en Él la capacidad de consolar al
que se siente triste. Sin embargo cuando el hombre se aleja de Dios corre el
riesgo de malinterpretar su voluntad y de ir en contra de todo aquello que le
recuerde su amor. Por eso extrañamente
descubrimos que a pesar de que el Siervo escuche a Dios y sea fiel a su palabra
le toque experimentar fuertes actitudes de violencia. Lo que más sorprende en
este texto es como la certeza de sentirse protegido por el Señor da fuerza y
confianza al creyente aún en medio de los duros momentos de sentirse humillado.
En
el Salmo 114 encontramos la experiencia de un enfermo que ha sido escuchado por
Dios, en un momento de muerte y angustia. Por un lado el creyente ha
experimentado la amargura y la dificultad de este momento. Por otro lado el
salmista da testimonio de la bondad de Dios que lo ha escuchado y le ha
mostrado su salvación. Este salmo es sin duda un testimonio de que Dios no
abandona a los que confían en Él.
Hoy
la liturgia nos ofrece una breve cita de Santiago en la segunda lectura. Sin
embargo en este breve texto se encuentra una pregunta que enfrentó al cristiano
de su tiempo y nos enfrenta aún hoy: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe
si no tiene obras? El domingo pasado el apóstol evidenciaba la actitud
equivocada del cristiano que trata diferente a un rico y a un pobre. Hoy se
hace frente a otro modo equivocado de pensar: creer sin hacer. El apóstol nos
enseña que seguir a Cristo no es sólo cuestión de buenos pensamientos sino de
actitudes de misericordia y respeto hacia todo tipo de personas.
Marcos
nos presenta en el capítulo 8 de su evangelio algunos de los hechos de la vida
de Jesús: ha dado de comer a cuatro mil, se ha enfrentado a escribas y fariseos
que le piden una señal para creer que es el enviado de Dios, ha sanado a un
ciego… Ante los signos obrados por Jesús hay una pregunta de este a los suyos:
¿Quién dice la gente que soy yo? Como era de esperar hay varias respuestas que
no atinan a descubrir su verdadera identidad. La segunda pregunta se dirige
directamente a los suyos: ¿Y ustedes quién dicen que soy yo? Pedro acierta en
su respuesta: ¡Tu eres el Mesías!. Sorprendentemente al escuchar de Jesús el
sufrimiento que le esperaba como enviado
del Señor ese mismo apóstol se equivoca haciendo suyo el pensamiento del
enemigo. Jesús enseñará hoy que en el camino de Dios no está ausente el
sufrimiento y la cruz, pero sobre todo que al final de esas situaciones de
muerte se encuentra la Resurrección.