viernes, 11 de octubre de 2013

Meditación del domingo 13 de octubre de 2013




Domingo 28 del Tiempo Ordinario

Dios nos pide actos simples para alcanzar grandes favores

Una muchachita de Israel, que estaba cautiva, se convierte en el instrumento para mostrar el poder de Dios a Naaman, jefe de los ejercitos del rey Aram. La pequeña, que servía en la casa de este personaje, viendo que está con lepra lo enviará a Eliseo. Naaman al igual que el rey piensan en oro y regalos para pagar el favor una vez que este guerrero sea curado. ¡Pero se confunden! acuden al rey de Israel pidiendo que lo cure: éste se ofende pensando que buscan la guerra. Sin embargo Eliseo lo manda venir a su casa. Al encontrarse frente a la casa del profeta, para sorpresa del Arameo el profeta sólo le manda decir a través de su siervo que se bañara siete veces en el Río Jordán. Naamam, al ver lo aparentemente ridículo de la solución a su mal, se molesta: ¡él esperaba algo espectacular! Los suyos lo convencen: ¡y recupera la salud! El pasaje nos muestra como Naaman piensa pagar el favor, pero Eliseo, con su actitud, le enseñará que todos los favores que Dios nos da son gratuitos.

El Salmo 97 nos habla del reconocimiento de las maravillas que hace el Señor. Pero no sólo del pueblo de Israel. Este salmo tiene un carácter de salvación no sólo al pueblo de Israel: ¡La salvación de Dios es universal! La alabanza y el reconocimiento del Señor viene no sólo de la humanidad sino de la creación entera.

La carta a Timoteo es una carta significativa por lo que tiene de fondo: Pablo está preso, abandonado, presintiendo su momento final. En su carta, lejos de desanimar a este obispo, se perciben los deseos fortaleza y ánimo dirigidos a aquel está al frente de la comunidad. El Apóstol trata de fortalecerlo en la fe, recordándole la actitud creyente de dos personas significativas: Lois y Eunice, es decir, la abuela y la madre de Timoteo. Lo anima recordándole la entrega de Cristo por él. Pablo trata de revitalizarlo con el propio ejemplo de verse encadenado para que Timoteo, como obispo de la comunidad cristiana, vaya adelante a pesar de las dificultades. Pero sin duda la fuente de su inspiración debe ser Cristo que a pesar de la muerte: resucitó. Nada pudo vencerle, nada pudo callar su Palabra, nada fue capaz de frenar su obra a favor de los hombres: los cristianos son el testimonio de que esa Palabra de salvación no podrá ser detenida jamás.

La lepra, en los tiempos de Jesús, era un mal que no sólo marginaba a las personas de los suyos y la sociedad: sino que los avergonzaba. El leproso debía declarar, a grito abierto que tenía lepra. Su aspecto exterior también debía despertar rechazo pues iban despeinados y desarrapados. Recordemos, además, que había la creencia que el enfermo era impuro, es decir, un pecador. Llama la atención en este pasaje como los enfermos gritan pidiendo a Jesús se compadezca de ellos. La compasión es el sentimiento de amor de una madre o de un padre hacia sus hijos. Los leprosos saben que Jesús puede hacer algo… El signo de Jesús será, como el de Eliseo en la primera lectura: ¡Aparentemente absurdo! ¿Para qué los mandaba Jesús con el sacerdote? El sacerdote tenía la función de declarar que el que se decía curado de lepra ya no tenía el mal: y entonces la persona podría reintegrarse a la comunidad. La fe de los diez consistía en ponerse en camino. Sorprendetemente: ¡Todos quedan limpios! Pero para desconcierto nuestro, sólo uno vuelve para agradecer el favor: ¡Era samaritano! ese hombre, pertenecía a una región despreciable para los judíos del tiempo de Jesús. No obstante, éste que era doblemente marginado, por la enfermedad y por la tierra a la que pertenecía, nos dará ejemplo de fe y gratitud a la acción de Dios en su vida.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.