miércoles, 30 de noviembre de 2011

Meditación para el próximo domingo 04 de noviembre de 2011


II Domingo de Adviento

Dios nos invita cambiar de actitud en la espera de su venida

El pueblo de Israel había sido llevado al destierro por Nabucodonosor. La esperanza de los deportados a Babilonia se había derrumbado. Sin embargo Ciro, rey de Persia, hizo volver a su pueblo a todos los que habían sido arrancados de su tierra. Lo que parecía un sufrimiento que no tenía fin encuentra en la libertad una puerta abierta hacia la alegría. Dios nunca ha dejado a un lado a su pueblo. Si en algún momento el pueblo se sintió olvidado, castigado y perdido sentirá muy pronto el consuelo de Dios que le dará la alegría, la paz y la confianza en la vuelta a su tierra. Isaías muestra en este canto del capítulo 40 de su libro que Dios está de su lado, y que no deja de guiar, sanar y conducir a su pueblo como un pastor a su rebaño.

Nuevamente en el salmo 85 encontramos este acontecimiento del retorno del pueblo de Israel a su tierra. La clave de la verdadera felicidad no está solamente en la vuelta del pueblo a su tierra. La dicha perfecta del creyente se encuentra en contemplar por siempre el rostro del Señor, en vivir definitivamente la justicia y la paz; la gracia y la verdad. Y en este mundo el fiel debe caminar tratando de vivir estas realidades hasta alcanzarlas en el Reino preparado por Dios.

Pedro, como los judíos de su tiempo, tenía una idea de cómo iba a ser el final de los tiempos. Se pensaba que como en los primeros tiempos el diluvio había acabado con todo, así en los últimos el fuego destruiría este mundo. Ciertamente este mundo acabará… Pero ¿Por qué tarda Dios? Tarda porque es misericordioso, no llega porque quiere que el hombre se convierta antes de la destrucción y el juicio. Mientras llega el juicio el creyente debe vivir una vida santa de amor a Dios. El creyente debe esforzarse por hacer realidad la vocación que el Señor le ha encomendado.

Mucho se hablaba de la llegada del Señor en el tiempo de los profetas y el pueblo guardaba esa esperanza. Hoy Marcos nos habla de que el tiempo ha llegado. Y para esa visita Dios ha enviado a su mensajero que invita a la conversión. La señal del cambio era un bautizo. No sólo era sumergirse en el agua. El signo que realizaba el bautizado al entrar en esas aguas era purificarse de su mal camino. Vemos en esta lectura que Juan el Bautista era un hombre pobre, sacrificado, humilde. La clave de esto es que en la vivencia de esa pobreza, ese sacrificio y esa humildad ha descubierto que Dios lo llama para preparar al pueblo a recibir a ese Dios que visitaría a su pueblo con actitudes de conversión y penitencia. No basta purificarse externamente para recibir al Señor, la purificación debe partir del corazón.

P. Óscar Alejandro, m. j.