sábado, 18 de enero de 2014

Meditación del domingo 19 de enero de 2014




Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Elegidos para una misión especial

En el capítulo 49 del libro de Isaías encontramos uno de los cánticos del Siervo de Yahvéh. El Siervo es descrito por el profeta como alguien que escucha, como uno que sufre, pero a la vez recibe el auxilio divino. En esta ocasión el texto del profeta nos presenta a este personaje como alguien del que el Señor se enorgullece, como alguien que el Señor ha formado para dos tareas importantes: reunir a Israel que se encuentra disperso entre las naciones y servir como luz para todos aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel.

El Salmo 39 trata una vez más, al igual que la primera lectura, de la elección que Dios tiene hacia los suyos: esta vez se trata del Salmista. Un creyente que esperaba la acción del Señor: ¡Y es testigo de ella! Acción que no sólo la descubre para sí mismo: sino que en ella descubrirá su vocación de ser testimonio de fidelidad a Dios y de estar llamado a compartir la acción del Señor, en su propia vida, en medio de los creyentes.

La comunidad de Corinto no es una comunidad que tenga el camino fácil para vivir su vocación cristiana. Muchos que formaban parte de la comunidad cristiana habían dejado sus costumbres contrarias a los valores inculcados por el Evangelio, sin embargo había una tentación muy grande: volver a las antiguas costumbres. La carta de Pablo tiene como finalidad responder a sus inquietudes. En su saludo el Apóstol desea para ellos dos regalos básico para vivir su fe: la gracia y la paz. Gracia, para estar en sintonía con la voluntad de Dios y paz, para poder distinguir eso que el Señor desea de cada cristiano.

Hace una semana atrás celebrábamos el Bautismo del Señor por medio del cual el Padre había manifestado a Jesús como su Hijo muy amado. Hoy Juan lo presenta como: “Aquel que quita el pecado del mundo”. La misión del Hijo es no sólo manifestarse como venido de lo Alto: Él ha venido para bautizarnos con el don del Espíritu para ser llamados y vivirnos, en verdad, como hijos del mismo Padre.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.