jueves, 22 de septiembre de 2011

Meditación para el próximo domingo 25 de septiembre de 2011


Domingo 26 del tiempo ordinario

La conversión: signo de aceptación y reconocimiento de la voluntad Dios

En el tiempo del profeta Ezequiel se pensaba que el pecado era algo que se transmitía. Si un padre o una madre pecaban el pecado se le pasaba a los hijos. De hecho, algunos veían que no era justo el que los hijos no sufrieran por el pecado de sus padres. Incluso otros pensaban que sino les pasaba algo a los hijos era señal del modo injusto del actuar de Dios. Pero el Señor deja algo bien claro: Cada uno debe responder por su propio pecado. Cada persona es responsable de las decisiones que tome y ésta debe hacer frente a las consecuencias. Lo que hoy nos dice el profeta nos enseña lo que es el principio de la justicia de Dios: recapacitar y convertirse es principio de vida. No querer cambiar e ir por el camino contrario al Señor, es semilla de muerte. Y de esta buena o mala decisión cada uno ha de dar cuentas.

Una de las ideas en la que continuamente meditan los Salmos es en la justicia del Señor. El que camina por las leyes de Dios es quien encontrará caminos rectos, lealtad, salvación, misericordia y bondad. Para alcanzar todo esto el creyente necesita humildad y cambio de vida: sólo con estas actitudes el fiel podrá encontrar el verdadero camino que conduce a la verdad.

Entre las grandes preocupaciones de san Pablo se encontraba predicar el Evangelio de Jesús, pero además el apóstol buscaba que los cristianos que recibían el Evangelio vivieran en unidad. Para hacer posible esta unidad era necesaria la humildad. ¿En dónde encontrar ese modelo de humildad? En Cristo que siendo Dios, se había hecho hombre, que había pasado por uno de tantos, que había sufrido la muerte. ¿Cuál fue el motivo de esta humillación, de esta entrega, de este dar la vida? ¡El amor! Y ese mismo amor el que debe llevar a los creyentes a la unidad.

Este pasaje que nos presenta hoy el evangelista san Mateo vemos a Jesús que se dirige a los Sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo. Ellos son gente de autoridad, personas a las que comúnmente se pensaba que estaban cerca de Dios y cumplían su Palabra. Hoy Jesús les presenta la parábola de los dos hijos. Uno que dice: “sí”, a su padre y no hace su voluntad y otro que dice: “no” y hace lo que quiere su papá. Jesús descubre en los ancianos y sacerdotes, que viven la ley, pero desprecian las enseñanzas de Jesús: la figura del primer hijo que finalmente no obedece. Y en los pecadores que cambian su vida recibiendo la Palabra de Cristo al hijo que en un primer momento dijo “no” y finalmente obedece.