sábado, 29 de octubre de 2011

Meditación para el próximo domingo 30 de octubre de 2011

El amor y la obediencia a Dios nos lleva a reconocer que sólo Él es grande

Una de las actitudes que tiene que cuidar el fiel judío en el dirigirse a Dios es hacerlo: ¡Pero no de cualquier modo! Con dignidad. Algunos de los Israelitas se acostumbraron a ofrecer a Dios cualquier cosa. E incluso le llevaban ofrendas con defectos... lo peorcito. Y esto no sólo sucedía con el pueblo: los sacerdotes también tenían la mala costumbre de hacer su oficio: no para el bien del pueblo ni para gloria de Dios, sólo se limitaban a realizar su función, por eso acepaban esas ofrendas que no eran dignas de presentarse a Dios. Malaquías denuncia este modo de ofrecer y sacrificar de manera indigno invitando al cambio al pueblo y a los sacerdotes y tratando al Señor como un Padre.

El salmo 130 nos habla de reconocer nuestra condición delante de Dios: debemos actuar con la obediencia de un niño ante su padre.

En la Carta a los Tesalonicenses san Pablo le hace ver a la comunidad cómo ha sido maltratado en Filipos por alguna gente de esa comunidad que no llegó a entender el modo de predicar del Apóstol. Sin embargo Pablo reconoce que el modo de dirigirse a ellos no es con la soberbia propia del que sabe ni con la arrogancia de quien tiene poder. Pablo se dirige a los fieles con la actitud de un padre o de una madre que sabe tener paciencia con sus pequeños, que sabe corregirlos y que sabe tratarlos con amor y paciencia como Dios lo hace.

Decir una cosa y hacer otra fue una de las actitudes de algunos escribas y fariseos. ¿Qué les falló? Sin duda amar y llevar a la práctica la ley del Señor. La falta de coherencia de vida es lo que invita a Jesús a prevenir contra esta clase de maestros. De allí que el discípulo debe ser consciente de quien es el verdadero: maestro, quien debe ser llamado con toda propiedad padre y quien se merece el nombre de consejero: ¡Sólo Dios! Pero solamente se podrá reconocer la grandeza de Dios si se tiene la humildad: de lo contrario se corre el riesgo de ser humillado.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.