miércoles, 23 de mayo de 2012

Reflexión 27 de mayo de 2012


Domingo de Pentecostés

Los signos de la presencia del Espíritu

Hoy el libro de los hechos de los Apóstoles nos habla nos habla del momento en que los discípulos reciben el Espíritu Santo. En este relato se habla de viento, de ruido, de fuego... Estas tres realidades manifiestan la presencia del Espíritu que se les da a los Apóstoles. El Espíritu Santo es la promesa de Jesús a los suyo de que no los dejaría solos. Algo sorprendente pasa en esos discípulos de Cristo que están reunidos en oración: ¡Empiezan a hablar en lenguas! Sin embargo no fueron lenguajes extraños e incomprensibles, ya que había extranjeros que entendían, en su lengua, las maravillas de Dios proclamadas por los Apóstoles. La presencia del Espíritu más allá de ser espectacular es signo de las grandes cosas que Dios hace y quiere realizar a favor de su pueblo.

En el Salmo 103 encontramos al salmista que reconoce la grandeza de Dios en sus obras y creaturas. Este salmo nos regala también una verdad para el creyente: si el Señor retira de los seres vivos su Espíritu, estos vuelven al polvo. Es Dios, quien a través de su espíritu sostiene, anima y acompaña a todo ser que vive en el mundo. Es gracias a su Espíritu que el mundo tiene un nuevo rostro y pone de manifiesto las obras de Dios.

El cristiano está llamado a ser signo de que el Espíritu habita en él ¿Pero, cómo saber si realmente el modo de actuar del creyente es conforme al Espíritu? Hoy Pablo, en su carta a los Gálatas, señala actitudes negativas, muy precisas, que hacen notar cuando el cristiano va en contra del querer de Dios. De la misma manera el Apóstol señala virtudes claras que hacen ver cuando la persona camina conforme al Espíritu. Este texto es precioso y preciso porque nos ofrece un examen claro para evaluar si vivimos conforme a Dios o conforme a nosotros mismos.

En el Evangelio Cristo viene a su dar su paz a los discípulos que se han encerrado, por miedo a los judíos. Jesús se manifiesta no para atemorizar, ni recriminar a aquellos que en otro tiempo lo abandonaron: sino que se les hace presente para darles confianza. El hecho de mostrar las heridas en sus manos y en su costado es señalarles que es realmente Él, quien sufrió y murió. La presencia del Resucitado infundirá, nuevamente, la alegría en los suyos. En su Evangelio, Juan presenta, el mismo día de la Resurrección, el regalo del Espíritu Santo. Es significativo que junto a este don del Espíritu, Jesús da a los apóstoles la gracia de perdonar los pecados del mismo modo que Él mostró siempre la misericordia del Padre.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.