miércoles, 4 de julio de 2012

Reflexión del Domingo 08 de julio de 2012


14 Domingo del Tiempo Ordinario

La fuerza de Dios en las palabras de los “débiles”

Hoy el profeta Ezequiel después de haber tenido una visión espectacular de la presencia de Dios y haber escuchado sus alabanzas: recibirá de Dios una misión. La tarea que debe llevar a cabo no será para nada grata, por el contrario se trata de enfrentar a sus compatriotas que sufren el exilio. Recordarles la dureza de corazón que ellos han tenido para con el Señor. Sin embargo el mensaje del profeta no busca echar en cara, recriminar, humillar aún más al pueblo que ha vivido una experiencia como es el exilio. Recordemos que el Espíritu es el que invade a Ezequiel y será ese mismo Espíritu divino quien indicará a los suyos el gran amor que el Todopoderoso tiene por su pueblo, a pesar de la dureza de sus corazones.

En el Salmo 122 encontramos un elemento que continuamente se presenta a lo largo del salmo: los ojos. Esos ojos que permiten la mirada atenta del siervo hacia su señor o a su señora. Este mirar fijamente al amo era un símbolo de que se estaba atento a lo que se necesitaba el dueño. De la misma forma el creyente eleva su mirada al cielo a la espera de que el Señor manifieste una señal que sea signo de que librará a su pueblo de la humillación que sufre.

En la segunda lectura de la Segunda Carta de San Pablo a los fieles de Corinto escuchamos que el Apóstol habla de las revelaciones que ha tenido. Y nos preguntamos: ¿A Pablo le gusta presumir? ¿Cuál es la razón de que el Apóstol hable de esto? La comunidad de Corinto un tiempo estuvo molesta con el Pablo por no haber vuelto, como había prometido. Mientras esto pasaba llegaron algunos que intentaron dividir la comunidad y presumir de sus logros… por esta razón el Apóstol hablará también de sus logros. ¡No por presumir! Les hace ver que también el sufrimiento y la debilidad lo acompañan. No es fuerte por sí mismo: es Cristo que a través de su gracia lo sostiene.

En el Evangelio, Marcos nos presenta a Jesús en la sinagoga de su ciudad, un día sábado. Nos llena de asombro, al escuchar esta lectura, que sus paisanos, al oírlo hablar: lo desprecian. De allí que hoy escuchemos comentarios que hagan de menos las palabras que los sorprenden y la sabiduría que los desconcierta. Los comentarios van más allá y se convierten en actitudes de envidia: Jesús no puede ser grande pues ellos “saben” quien es Él y  “conocen” a sus padres, a su familia. Marcos, unos capítulos antes nos ha hablado de curaciones: a los endemoniados de Gerasa, a la mujer que padecía flujo de sangre y a la hija de Jairo. La actitud de falta de fe de los nazarenos, es decir, de su propia gente, hará que sólo sane a unos pocos enfermos. El desprecio de ese Jesús, al que ellos creían conocer, impedirán que se realice un gesto potente de parte del hijo del Carpintero.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.