miércoles, 14 de marzo de 2012

El Papa habla sobre la oración de María

Para nuestra formación

La reunion de obispos conocida como Concilio Vaticano II ha querido resaltar, en particular, este lazo que se manifiesta visiblemente en la oración en común de María junto a los Apóstoles, en el mismo lugar, a la espera del Espíritu Santo. El Documento llamado: Luz de los Pueblos (Lumen Gentium) sobre la Iglesia afirma: "Dios no quiso manifestar abiertamente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés "todos ellos, íntimamente unidos, que se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. (Hechos 1,14), y también vemos a María implorar con sus oraciones el don del Espíritu Santo que en la Anunciación la había tomado bajo su sombra" (Luz de los Pueblos n. 59). El lugar privilegiado de María es la Iglesia, donde es "reconocida como miembro muy importante y del todo especial... figura y destacadísimo modelo de fe y de caridad" (Luz de los Pueblos n. 53). Así, lo indica el Concilio Vaticano II.

Venerar a la Madre de Jesús en la Iglesia, significa, pues, aprender de ella a ser comunidad que reza: es ésta una de las características esenciales de la primera descripción de la comunidad cristiana expuesta en los Hechos de los Apóstoles (Ver: Hechos 2, 42). La oración a menudo viene dictada por situaciones difíciles, problemas personales que conducen a dirigirse al Señor para recibir luz, consuelo y ayuda. María nos invita a abrir las dimensiones de la oración, a dirigirnos a Dios no sólo en la necesidad y no sólo para nosotros mismos, sino de manera unánime, perseverante, fiel, con un "solo corazón y una sola alma" (cf. Hechos 4,32 ).

Queridos amigos, la vida humana atraviesa distintas etapas de cambio, muchas veces, difíciles y exigentes, que requieren decisiones que no se pueden dejar de lado, renuncias y sacrificios. La Madre de Jesús ha sido puesta por el Señor en momentos decisivos de la historia de la salvación y siempre ha sido capaz de responder con plena disponibilidad, fruto de una profunda relación con Dios, madurada en la oración continua e intensa. Entre el viernes de la Pasión y el domingo de la Resurrección, a ella se le confió el discípulo amado, y con él a toda la comunidad de los discípulos (Ver: Juan 19, 26). Entre la Ascensión y Pentecostés, ella está con y en la Iglesia en la oración (Ver: Hechos 1,14). Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce su maternidad hasta el final de la historia. Encomendamos a ella todas las etapas de nuestra existencia personal y eclesial, así como nuestro momento final. María nos enseña la necesidad de la oración y nos muestra que sólo con la unión constante, íntima, llena de amor con su Hijo podemos salir de "nuestra casa", de nosotros mismos, con valentía, para alcanzar los rincones del mundo y anunciar en todas partes al Señor Jesús, Salvador del mundo.

Benedicto XVI

14 de marzo de 2012

Plaza de San Pedro