miércoles, 14 de marzo de 2012

Reflexión domingo 18 de marzo de 2012

IV Domingo de Cuaresma

La salvación: un regalo de lo Alto

El segundo libro de las Crónicas nos presenta un resumen de las causas por las que el pueblo fue llevado a una tierra extraña, sufrió el saqueo de sus pertenencias y el asesinato de algunos de sus habitantes. Entre las causas se contaba, la intervención de Egipto en indicar quienes debían ser los gobernantes. La actitud de los reyes de Israel que no habían sido fieles a Dios, los sacerdotes y el pueblo que habían adaptado actitudes que iban en contra del Señor Pero el autor de este libro, si por una parte ve lo que causó la dispersión del Pueblo por otra no deja de señalar la acción de Dios, a través de Nabucodonosor, que les da la libertad de volver a aquellos que se encontraban lejos de su tierra.

En el Salmo 136 encontramos al salmista que experimenta un gran dolor y nostalgia al verse lejos de su tierra. No existe siquiera el aliento de cantar algo que recuerde la patria en un suelo en el que se experimenta la esclavitud. El único consuelo del salmista es clamar al Señor en ese momento de tristeza y esperar su salvación.

En el inicio de la carta de san Pablo a los Efesios, el apóstol nos expresa tres ideas que reflejan el inmenso amor del Padre al decirnos que: 1) nosotros fuimos elegidos en Cristo, por Dios, antes de crear el mundo. 2) Fuimos rescatados por su sangre y 3) recibimos el sello del Espíritu por la fe en la Palabra. Y en el capítulo segundo, que hoy meditamos en la Liturgia, Pablo nos da un punto más para conocer ese gran amor de Dios: el Señor no ha regalado nueva vida a pesar de haber probando la muerte por el pecado.

Juan en su capítulo 3 se encuentra con un fariseo llamado Nicodemo. Recordemos que las mayores discusiones de Jesús se dan con los fariseos. No obstante Nicodemo no es el que se pone delante de Jesús como el que sabe todo: sino se pone en actitud del discípulo que pregunta y quiere ser iluminado por el Maestro de Nazaret. Sólo el que se deja iluminar por Cristo lo descubrirá como el enviado de Dios al ser levantado en la cruz. Sólo aquel que acepte sus palabras tendrá en claro que el Señor nos ha dado a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.