sábado, 23 de junio de 2012

El Papa nos invita a encontrarnos a diario con el Señor (Versión Pastoral)



Para nuestra formación

El encuentro diario con el Señor y la frecuencia en los sacramentos puede abrir nuestras mentes y nuestros corazones a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración no es sólo el respiro del alma, sino que —para usar una imagen— también es un oasis de paz, en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma nuestra existencia. Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir la montaña de la santidad, para que nos acerquemos cada vez más a Él, ofreciéndonos a lo largo del camino sus luces y consuelos. Ésta es la experiencia personal a la que se refiere san Pablo, en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios.

Ante quienes cuestionaban la legitimidad de su apostolado, él no enumera tanto las comunidades que había fundado, los kilómetros que había recorrido; no se limita a recordar las dificultades y la oposición que enfrentó con el fin de anunciar el Evangelio, sino que indica su relación con el Señor, una relación tan intensa, que se caracteriza también por momentos de éxtasis, de contemplación profunda (cf. 2 Corintios 12,1), por lo que no presume de lo que hizo, de su fuerza, de sus actividades, de su éxitos, sino de la acción que ha hecho Dios en él y a través de él.

San Pablo sigue diciendo que, precisamente, para no sentirse más por la grandeza de las revelaciones recibidas, lleva consigo una "espina" (2 Cor 12, 7), un sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado, que lo libere del ángel de Satanás. Tres veces —cuenta— oró fervientemente al Señor para que le alejara esa prueba. Y "oyó palabras inefables que el hombre es incapaz de repetir" (v. 4), recibe la respuesta a su súplica. El Resucitado le dirige unas palabras claras y tranquilizadoras: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad" (v. 9).

El comentario de Pablo sobre estas palabras puede dejar sorprendidos. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte "(v. 9b-10).

En primer lugar, ¿de qué debilidades habla el Apóstol? ¿Qué es esa espina en la carne? No lo sabemos y no lo dice, pero su actitud nos hace comprender que todas las dificultades en el seguimiento de Cristo y en el testimonio de su Evangelio, pueden ser superadas si nos abrimos con confianza a la acción del Señor.

Esto vale también para nosotros. El Señor no libera de los males, pero nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones. La fe, por lo tanto, nos dice que, si permanecemos en Dios "aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día, precisamente en las pruebas" (v. 16). El Apóstol comunica a los cristianos de Corinto —y también a nosotros— que "nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida" (v. 17). En realidad, humanamente hablando, no era un peso ligero el de las dificultades, era gravísimo. Sin embargo, en comparación con el amor de Dios, con la grandeza de ser amados por Dios, se vuelve ligero, sabiendo que la cantidad de la gloria será inconmensurable. 

Benedicto XVI
Audiencia 13 de junio de 2012
Plaza de San Pedro