sábado, 9 de junio de 2012

Reflexión Domingo 10 de junio de 2012


Noveno Domingo del Tiempo Ordinario
Dios está siempre atento a la liberación del hombre

En el libro del Éxodo nosotros encontramos a Moisés que se dirige al pueblo para expresarles la alianza que Dios quiere hacer con ellos. El pueblo ya ha sido testigo de la liberación de Egipto, ha sido alimentado, ha saciado su sed, ha sido conducido por el desierto. Dios quiere recordarle al pueblo que Él es su liberador, si le da los mandamientos no es para hacerlo esclavo de unas leyes sino hacer que esos preceptos sean caminos que impidan que el ser humano vuelva ser un esclavo.
      
En el Salmo 116 el salmista es testigo de todos los detalles de amor que el Señor ha obrado por Él:  en primer lugar el fiel deber recordar la conciencia del amor de Dios por su pueblo, y en segundo la experiencia de haber sido liberado por el Señor. La gratitud, el compromiso y el testimonio serán la prueba de que el creyente tiene presentes las obras del Señor.

El autor de la carta a los Hebreos tiene como objetivo animar aquellos que han dejado las prácticas rituales judías para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesús. La figura del sumo sacerdote era una figura especial para ellos: era el mediador entre Dios el pueblo y era además aquel que ofrecía víctimas para obtener, de Dios, el perdón del pueblo. ¿En quién encontrarán entonces esa figura? El escritor Sagrado presenta a Jesús no sólo como aquel que representa el sumo sacerdocio sino que lo señala como aquel quien verdaderamente representa esa misión, no sólo porque intercede ante Dios por los hombres sino sobre todo porque ha dado su vida y derramado su sangre para la salvación de todos.

En el Evangelio de san Juan encontramos que Jesús prepara la cena de Pascua con sus discípulos. Él y los suyos quieren recordar el gran acto de liberación de Dios que ha sacado a su pueblo de Egipto. Sin embargo, algo grande está por suceder en esa cena: Jesús identificará su Cuerpo, que está por entregar, con el pan y la sangre, que está por derramar, con el vino de esa celebración pascual. No se tratará sólo de pensamientos hermosos: las palabras de Cristo están por cumplirse en su Pasión. La muerte del Maestro no será una muerte inútil, será más bien el gran gesto de salvación de Dios que abrazará no sólo a un pueblo, sino a todos los hombres.
 P. Óscar Alejandro Hernández Zavala, m. j.