domingo, 15 de abril de 2012

El habla de la renovación del hombre por la Resurrección de Jesús (versión pastoral)

Para nuestra formación

En primer lugar renuevo en cada uno de ustedes una cordial felicitación pascual: en cada casa y en cada corazón resuene el anuncio de la grata Resurrección de Cristo, a fin de hacer renacer la esperanza.

Esta catequesis quisiera mostrar la transformación que la Pascua de Jesús ha provocado en sus discípulos. Partimos de la tarde del día de la Resurrección. Los discípulos están encerrados en la casa por miedo de los judíos (Ver: Juan 20,19). El miedo les tiene atenazado el corazón y les impide salir para encontrarse con los otros, con la vida. El Maestro ya no está. El recuerdo de su pasión alimenta la incertidumbre. Pero Jesús les tiene en su corazón y está a punto de cumplir la promesa que había anunciado en la última cena: "No los dejaré huérfanos, vendré a ustedes" (Juan 14:18). Esto nos lo dice también a nosotros, incluso en tiempos grises. No los dejaré huérfanos. Esta situación de angustia de los discípulos cambia radicalmente con la llegada de Jesús. Él entra a través de las puertas cerradas, y en medio a ellos, les da la paz que tranquiliza: "la Paz esté con ustedes" (Juan 20,19 b). Se trata de un saludo común que, sin embargo, ahora adquiere un nuevo significado, debido a que realiza un cambio interior; es el saludo pascual, que hace que los discípulos superen todo temor. La paz que Jesús trae es el don de la salvación que Él había prometido durante su discurso de despedida: "La paz les dejo, mi paz les doy. Pero no como la da el mundo, yo la doy a ustedes. ¡No se inquieten ni teman!" (Juan 14,27). En este día de la Resurrección, Él la da en su totalidad y se convierte para la comunidad en fuente de alegría, en certeza de la victoria, en seguridad apoyándose a Dios. ¡No se inquieten ni teman!", dice también a nosotros.

Después de este saludo, Jesús muestra a los discípulos las heridas en manos y el costado (Ver: Juan 20, 20), signos de lo que fue y no se cancelará jamás: su humanidad gloriosa permanece "herida". Este gesto tiene la intención de confirmar la nueva realidad de la Resurrección: Cristo, que ahora se encuentra entre los suyos es una persona real, el mismo Jesús que tres días antes fue clavado en la cruz. Y así, en la brillante luz de la Pascua, en el encuentro con el Resucitado, los discípulos perciben el sentido salvífico de su pasión y muerte. Entonces, de la tristeza y del miedo, pasan a la plena alegría. La misma tristeza por las heridas se convierte en fuente de alegría. La alegría que nace en sus corazones viene de "ver al Señor" (Juan 20, 20).

Queridos amigos, también hoy Cristo resucitado entra en nuestras casas y en nuestros corazones, aunque a veces las puertas estén cerradas. Entra dando alegría y paz, vida y esperanza, dones que necesitamos para nuestro renacimiento humano y espiritual.

Benedicto XVI

Audiencia en la Plaza de San Pedro

11 de abril de 2012