viernes, 17 de febrero de 2012

El Papa continúa su catequesis de la oración de Jesús en la cruz (versión pastoral)


Para nuestra formación

La primera oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión: pide el perdón para sus verdugos.

Esta conducta de Jesús encuentra una «imitación» conmovedora en la narración de la lapidación de san Esteban, primer mártir. Esteban, en efecto, antes de morir,«poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado’. Y al decir esto, expiró». (Hechos 7, 60). Era su última palabra.

La comparación entre la oración de perdón de Jesús y la del primer mártir era sigficativa. San Esteban se dirige al Señor Resucitado y le pide que su matanza –gesto definido claramente con la expresión ‘este pecado’– no les sea tenida en cuenta a los que lo apedreaban. Jesús en la cruz se dirige al Padre y, no sólo pide el perdón para los que lo crucifican, sino que ofrece también una lectura de lo que está sucediendo. Según sus palabras, en efecto, los hombres que lo crucifican «no saben lo que hacen» (Lucas 23,34).

La segunda palabra de Jesús en la cruz que narra san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con Él. El buen ladrón ante Jesús vuelve en sí y se arrepiente, se da cuenta de que está ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le ruega: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la misma solicitud; en efecto dice: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. 43).

Las palabras pronunciadas por Jesús tras la invocación «Padre», retoman una expresión del Salmo 32: «En tus manos confío mi espíritu» (Sal 31,6). Sin embargo, estas palabras no son una simple frase, sino que más bien manifiestan una decisión firme: Jesús se“entrega” al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de“entrega”, llena de confianza en el amor de Dios. Frente a la muerte la oración de Jesús es dramática, como lo es para cada hombre, pero, al mismo tiempo, se caracteriza por la profunda calma que nace de la fe en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a Él.

Benedicto XVI
15 de febrero de 2012
Sala Pablo VI