viernes, 10 de febrero de 2012

El Papa nos habla de la oración de Jesús en la cruz (versión pastoral)

Para nuestra formación

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy me gustaría reflexionar con ustedes sobre la oración de Jesús ante la cercanía de su muerte, reflexionando sobre lo que nos dice san Marcos y san Mateo.

En las primeras tres horas, desde las nueve hasta las doce, vienen las burlas de los diferentes grupos de personas, que dicen no creer. Cuando Jesús se acerca cada vez más a la muerte, solo está la oscuridad que cae “sobre toda la tierra”. En la tradición de la Biblia, la oscuridad tiene un doble significado: es un signo de la presencia y de la actividad del mal, pero también de una misteriosa presencia y acción de Dios que es capaz de vencer toda tiniebla. En la escena de la crucifixión de Jesús las tinieblas envuelven la tierra y son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se sumerge para dar vida, con su acto de amor.

Pero, ¿qué significado tiene la oración de Jesús, aquel grito que lanza al Padre: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, ¿la duda de su misión, de la presencia del Padre? ¿En esta oración no es quizás la propia conciencia de haber sido abandonado? Las palabras que Jesús dirige al Padre son el inicio del salmo 22, donde el salmista manifiesta a Dios la tensión entre sentirse abandonado y la conciencia cierta de la presencia de Dios entre su pueblo.

Y esto ocurre también en nuestra relación con el Señor: frente a las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no temamos en confiarle todo el peso que llevamos en nuestro corazón, no debemos tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento, debemos estar convencidos de que Dios está cerca, aunque aparentemente calla.

Queridos amigos, en la oración traemos a Dios nuestras cruces diariamente, en la certeza de que Él está presente y nos escucha. El grito de Jesús nos recuerda que en la oración, debemos superar las barreras de nuestro “yo” y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y sufrimientos de los demás. La oración de Jesús agonizante en la cruz nos enseña a orar con amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que permanecen en el dolor, sin una palabra de consuelo; traigamos todo esto al corazón de Dios, para que ellos puedan sentir también el amor de Dios que nunca nos abandona.

Benedicto XVI

Sala Pablo VI

08 de febrero de 2012